sábado, 25 de febrero de 2012

Los Candoshi, Bill Gates y las estadísticas


Creo que como investigador social, Bill Gates sigue siendo un buen creador de sistemas informáticos. La misma impresión me llevé en Julio del 2002 cuando tuve la oportunidad de conocer al creador de Microsoft en su famoso campus de Seattle, EE.UU., y le presenté el programa de vacunación de la población Candoshi. Estaba con su esposa, Melinda Gates,  quien encabeza  la fundación que ellos crearon  -Bill y and Melinda Gates Foundation-, encargada de proveer fondos para programas asistenciales.  

Yo había llevado una presentación en Power Point, para familiarizarlos sobre el estado del Perú en términos de acceso a servicios sociales, ingresos y participación; y motivarlos a colaborar con esta población nativa de nuestra selva. Buscaba darles a conocer que el crecimiento y el bienestar de los pueblos no puede medirse sólo en base a promedios nacionales.

Los  Candoshi  -le expliqué a uno de los hombres más ricos del planeta-,  son un pueblo originario amazónico, con una población no mayor de 2 mil personas, en proceso de extinción, ubicado en los distritos de Pastaza, Morona, Lagunas y Cahuapana de la provincia Alto Amazonas en Loreto, Perú.

Por la falta de políticas focalizadas del Estado y de la cooperación internacional, el 60% de las mujeres de esta comunidad amazónica siguen siendo analfabeta y únicamente el 2% de la población de cinco años a más asiste a centros educativos iniciales. En esta alejada población indígena las madres y sus hijos no se mueren solo de malaria, sino también  de Hepatitis B.

No puedo negar que la reacción de la Fundación Gates, aquel  2002, me desconcertó: habían decidido que estas poblaciones no calificaban dentro de sus criterios de pobreza, ni  podían ser sujetos de ayuda.  Se había ya pre-seleccionado a pueblos en la China y África. 

El artilugio del crecimiento estadístico había hecho su trabajo. Una distorsión de la realidad basada en cuadros y gráficos sobre los resultados del crecimiento económico del Perú, desplegados sobre la mesa de trabajo para efectos de nuestra discusión. De nada valieron argumentos y fotografías de la dura realidad en la que vivían y viven los Candoshi. La modernidad y las variables de crecimiento estadístico los habían excluido de la ayuda internacional. El argumento aquí era que ya no éramos lo suficientemente pobres.

Era un hecho que la Fundación Gates no iba a considerar un centavo para ayudar a esta población nativa. Hoy está claro que un país como el Perú,  con crecimiento económico sostenido, pero al mismo tiempo con desigualdades profundas en la distribución de la riqueza, necesita de una cooperación internacional orientada, no al asistencialismo, sino al desarrollo de sus capacidades humanas e institucionales para fortalecer el diseño e instrumentación de sus políticas públicas y de las estrategias de desarrollo que su sociedad civil y sus autoridades locales están promoviendo. 

Es un error frecuente y generalizado, utilizar un indicador como el PBI per cápita, para clasificar a los países en más o menos “desarrollados”. Este indicador es una simple división entre la riqueza producida por un país y el número de sus habitantes.  Su resultado produce un dato socialmente engañoso, distorsionado, que esconde una triste realidad: la inequidad y desigualdad en la distribución de la riqueza, así como en las tremendas disparidades de acceso a oportunidades que sufren millones de seres humanos desde la niñez.

En nuestro país, el tema de la desigualdad es flagrante a todo nivel: sea como resultado de una discriminación étnica, de género, o como producto del centralismo histórico que vivió el Perú.  Es evidente que, a pesar del crecimiento económico exitoso que hemos tenido durante esta década, subsisten la pobreza y la indigencia en las áreas rurales andinas y amazónicas, y que ésta es más aguda entre poblaciones indígenas, mujeres y niños rurales.

El reciente estudio del Banco Mundial “¿Está el piso parejo para los niños del Perú?” es precisamente un desmentido a este enfoque Gatesiano, muy común, reitero, en organizaciones multilaterales internacionales. Demuestra que más allá de los promedios, hay una realidad de inequidad y exclusión social y territorial en el Perú que explica por qué, a pesar del crecimiento económico del país, subsiste la percepción de marginación en grandes sectores de la población. 

Observaciones como las de Bill Gates tienden a invisibilizar –aún más– la situación de los más pobres, aquellos que precisamente viven en condiciones similares a lo que Gates describe en África. ¿En qué se diferencian, si no, las condiciones de los Candoshi a los de cualquier pueblo africano? Una campaña de vacunación en los pueblos amazónicos, encierra las mismas dificultades. Se requiere para ello un plan logístico complejo, sostenido en base a promotores nativos de salud y en transporte fluvial de las vacunas en termos refrigerantes, trasladados por el río en dirección a comunidades aisladas y fuera del alcance del programa nacional. 

Al terminar la reunión en la Fundación Gates quedé con la sensación que las estadísticas macroeconómicas son sólo un dato de la realidad, pero que si nos limitamos a ellas, corremos el riesgo de distorsionar la propia realidad. Una cosa es proyectar el crecimiento económico de un país, construir una base de datos y hacer cuadros; y otra muy distinta es conocer las diferencias del nivel de desarrollo de las personas. Quedé absolutamente convencida que ninguna hoja de cálculo puede reemplazar la situación concreta de un miembro de la comunidad Candoshi.