sábado, 28 de abril de 2012

Desde Vancouver: La paradoja del Perú


La semana pasada, tuve la suerte de ser invitada a la Conferencia Anual de la Sociedad Americana para la Educación y la Investigación (AERA), en Vancouver, Canadá. Me gusta volver a este inmenso país, no solo por su belleza natural, sino por la manera en que su sociedad ha logrado abordar los temas sociales. En particular destaco la relación que lograron establecer los sucesivos gobiernos con sus Pueblos Originarios.

A pesar de lo mucho que falta por hacer en conciliar intereses, resulta notoria la forma de participación de los beneficios provenientes de la extracción de los recursos naturales que lograron negociar los Pueblos de este país en sus territorios. No es un desarrollo para unos; sino en beneficio de todos.

La raíz de esta nueva concepción de asumir la explotación de los recursos naturales pasa por el empoderamiento de los Pueblos Originarios de las Américas, lo que significa que ellos participen activamente de una justa y equitativa distribución de las riquezas obtenidas de la extracción de los recursos naturales en sus territorios.

No serán los Ministerios de Inclusión Social-por más que dupliquen su presupuesto- los que lograrán esta difícil tarea con el escaso presupuesto asistencialista que proponen repartir a las comunidades. Se trata aquí de lograr una auténtica participación económica y social de los Pueblos frente al proceso de extracción de sus recursos. Una asociación entre tres socios –Estado, Empresa y Comunidades- con el propósito de armonizar sus intereses y construir una paz social permanente que evite confrontación y muerte, de lo cual somos testigos a diario. Sería una forma eficiente de obtener beneficios directos para todos, sin tener que esperar la redistribución del canon que llega tarde mal y nunca a las comunidades. Y menos a las comunidades indígenas.

Durante la conferencia de Vancouver presentamos el caso de la educación intercultural en el mundo andino, y pudimos constatar que efectivamente existe en general poco interés de los Estados en la promoción de una verdadera interculturalidad. Nuestros mundos poco o nada se comunican ni comparten los diferentes puntos de vista que tienen sobre el progreso y la actividad económica deseada para lograr un bienestar colectivo.

En nada comunicamos –o no entendemos aún- los aspectos espirituales que son parte de nuestro mundo andino y son motivo de ofensas constantes por parte de las empresas y del Estado, sino ¿cómo entender cuando a través de simples decretos legislativos, se considera a la tierra, el agua, los arboles y los minerales, como simple materia inerte disponible para que cualquiera los explote?

Negar los derechos básicos de participación que los Pueblos Originarios tienen sobre la extracción de riquezas de la Pachamama es negar el meollo del problema, la esencia de lo que somos; es renunciar a ser incluyentes, a un futuro de bienestar y armonía a pesar de las cifras de nuestro crecimiento.

Pero no nos hagamos ilusiones: la actividad extractiva sólo es amigable con aquel que recoge los beneficios económicos. No crea empleos estables ni conocimientos calificados, tampoco entrega bienes sociales significativos a las comunidades donde residen. Su perspectiva es de corto plazo y de ganancias inmediatas. Es impredecible a largo plazo ya que depende de la demanda a futuro de terceros países y por cierto no es fuente de crecimiento viable a largo plazo para ningún país.

Siempre me hago la misma pregunta antes de participar en una conferencia:¿hasta cuándo tendremos los profesionales de las ciencias sociales, que exponer sobre la terrible paradoja del Perú, la cual consiste en que los más pobres y excluidos son aquellos que poseen las tierras más ricas y apetentes para los inversionistas? ¿Hasta cuándo tendremos que exhibir estadísticas que demuestran la correlación perfecta entre el ser indígena y el ser pobre? ¿Hasta cuando finalmente los Pueblos Originarios tendrán que llenar los cuartos del rescate del país en contra de sus propios intereses?

Luego de más de 5 siglos de ser un país minero, ¿acaso no podemos empezar a diversificar nuestra economía o procesar el producto de nuestra propia extracción y así propiciar la creación de empresas locales con valor agregado? ¿No será más bien una condena ser un país depositario de tantas riquezas naturales donde el desarrollo del capital humano ha sido postergado?

La semana próxima seguiremos con esta exposición desde la Universidad de Stanford en California, la cual espero poder compartir con Uds.




sábado, 14 de abril de 2012

Avatar: ficción y realidad de los pueblos originarios



(Desde Vancouver, Canadá) Un año después de haberse estrenado la película Avatar de James Cameron -la cual vi tres veces-, conocí a su director. Ambos coincidimos en el encuentro de Pueblos Indígenas Emprendedores en New York (2010), donde mayoritariamente participaban comunidades indígenas canadienses.

Cameron me contó de sus raíces canadienses y de la forma cómo se había acercado a los pueblos indígenas de este país y de lo impactado que había quedado de su cultura, al punto que pensaba hacer un reportaje sobre ellos. Entonces entendí la cosmovisión que Cameron presenta en su película, la cual es, evidentemente, mucho más que una nueva tecnología.

A pesar de pertenecer al rubro “Películas de Ciencia Ficción”, el tema que desarrolla es el de un conflicto violento generado por la codicia de una empresa terrestre interesada en un mineral de inmenso valor.  Por desgracia, este mineral se encuentra debajo del árbol sagrado de los Na´vi, población nativa de este  planeta. ¿Acaso suena familiar?

Yo había quedado fascinada con la creación de los personajes nativos azules  y cuando le pregunté a Cameron sobre ello, me explicó de la necesidad que  tuvo de utilizar para sus propósitos el filtro de la ficción. Originalmente, Cameron planeaba hacer un reportaje, pero frente a la negativa de los potenciales financistas de Hollywood, llegó a la conclusión que lo mejor era crear una ficción con tecnología de avanzada.

Lo sorprendente del film no sólo estuvo en los efectos especiales y el éxito de taquilla que logró con el uso de esta nueva tecnología, sino en la contundente vigencia que alcanzó con el tema de fondo de la película: la explotación irracional de los recursos naturales y el respeto a las comunidades originarias.

Avatar nos presenta un conflicto de valores entre una sociedad devoradora de recursos naturales y otra “desconocida” y ridiculizada por los humanos, donde más bien rigen valores de solidaridad e interdependencia con todos los elementos de la naturaleza y espiritualidad basada en sus raíces ancestrales, representada en ese caso por el árbol donde yace el espíritu sagrado de su clan.

El árbol será destruido en la película por los humanos utilizando la fuerza bruta de su tecnología militar, haciéndonos recordar que cualquier parecido con la ficción es… ¡pura realidad!.


En el caso nuestro, esta dura realidad está marcada por el “Baguazo” del 2009.  Aquí se refleja un proceso fallido de concertación entre el Estado y las poblaciones originarias a raíz de un intento poco transparente por parte del Estado de entregar concesiones petroleras y gasíferas en territorios comunitarios nativos.

Esta lucha constante ha obligado a los Pueblos Originarios a sucesivos procesos de adaptación para sobrevivir en una sociedad violenta, obsesionada con la extracción y acumulación de riquezas. Todos somos hijos de la Tierra Madre -La Pachamama- como la denominan los Pueblos Indígenas en el Ande, pero pocos parecemos preocuparnos por su sobrevivencia. ¿Cómo hacer para conciliar hoy puntos de vista divergentes en cuanto a nuestro porvenir como sociedad? ¿Cómo hacer para que no se repitan los “baguazos”, productos de la ignorancia y la codicia insaciable del perro del hortelano?

El reglamento de la Ley del Derecho a la  Consulta Previa a los Pueblos Indígenas u Originarios  publicado por el Estado el 3 de abril, es decepcionante en este sentido.  Es minimalista como instrumento de concertación y refleja poca apertura en la búsqueda de consensos entre el Estado y los Pueblos Indígenas. Hoy día más que nunca, el Estado debe privilegiar el diálogo basado en el respeto de la identidad cultural y cosmogonías diversas que tenemos la suerte de reunir en nuestro país. Solo así tendremos éxito en la construcción de una sociedad incluyente que logre incorporar sus varios puntos de vista y no solo en términos de su gastronomía, bailes y trajes.

Varias preguntas vienen a la mente en este proceso de construcción de una nueva ciudadanía que incorpore plenamente una consulta previa sobre mecanismos de extracción, inversión y redistribución de las riquezas naturales. Entre ellas está el tema de la conciliación de los intereses entre el Estado, el sector privado y las comunidades indígenas dentro de su territorialidad. En este caso, el nuevo reglamento publicado menciona que de no lograr acuerdos, el Estado, a través de su Vice Ministerio de Interculturalidad, tendrá la última palabra. ¿Será esto suficiente? ¿No se estará aquí aprovechando de un estado de debilidad institucional, cuando el INDEPA está a punto de desaparecer por falta de presupuesto e independencia frente al  Ejecutivo?

Otro tema que debemos abordar está relacionado con la presencia Indígena en el Perú y la elaboración de un censo de Pueblos Originarios. El Perú no cuenta con un censo reciente, ni con criterios consensuados de elaboración de indicadores para medir la pertenencia a un grupo étnico. Ciertamente no sabemos cómo el Estado piensa elaborar tal censo, ni tampoco como resolverá el tema del catastro territorial de cada pueblo. Esto nos llevará a las siguientes preguntas: ¿Quiénes serán los consultados en un caso de litigio?, ¿dónde empieza y termina el ser “campesino”, “indígena” o “nativo” en nuestro país?  Tantas preguntas que no hemos empezado ni siquiera a formular. Pero cualquiera de ellas necesitan de una urgente resolución frente a la posibilidad de conflictos inminentes que vivimos hoy.

Así como las escenas de Avatar nos obligan inevitablemente a cuestionar nuestros  principios de civilización, la realidad nos enseña que la comunidad de intereses de las poblaciones indígenas, la empresa privada y el Estado está hoy en pleno proceso de redefinición el cual pasa por comprender que partimos de un pecado original: el desencuentro entre dos cosmovisiones que parecen tener prioridades opuestas en temas de desarrollo.