La semana pasada, tuve la suerte de ser invitada a la Conferencia Anual de la Sociedad Americana para la Educación y la Investigación (AERA), en Vancouver, Canadá. Me gusta volver a este inmenso país, no solo por su belleza natural, sino por la manera en que su sociedad ha logrado abordar los temas sociales. En particular destaco la relación que lograron establecer los sucesivos gobiernos con sus Pueblos Originarios.
A pesar de lo mucho que falta por hacer en conciliar intereses, resulta notoria la forma de participación de los beneficios provenientes de la extracción de los recursos naturales que lograron negociar los Pueblos de este país en sus territorios. No es un desarrollo para unos; sino en beneficio de todos.
La raíz de esta nueva concepción de asumir la explotación de los recursos naturales pasa por el empoderamiento de los Pueblos Originarios de las Américas, lo que significa que ellos participen activamente de una justa y equitativa distribución de las riquezas obtenidas de la extracción de los recursos naturales en sus territorios.
No serán los Ministerios de Inclusión Social-por más que dupliquen su presupuesto- los que lograrán esta difícil tarea con el escaso presupuesto asistencialista que proponen repartir a las comunidades. Se trata aquí de lograr una auténtica participación económica y social de los Pueblos frente al proceso de extracción de sus recursos. Una asociación entre tres socios –Estado, Empresa y Comunidades- con el propósito de armonizar sus intereses y construir una paz social permanente que evite confrontación y muerte, de lo cual somos testigos a diario. Sería una forma eficiente de obtener beneficios directos para todos, sin tener que esperar la redistribución del canon que llega tarde mal y nunca a las comunidades. Y menos a las comunidades indígenas.
Durante la conferencia de Vancouver presentamos el caso de la educación intercultural en el mundo andino, y pudimos constatar que efectivamente existe en general poco interés de los Estados en la promoción de una verdadera interculturalidad. Nuestros mundos poco o nada se comunican ni comparten los diferentes puntos de vista que tienen sobre el progreso y la actividad económica deseada para lograr un bienestar colectivo.
En nada comunicamos –o no entendemos aún- los aspectos espirituales que son parte de nuestro mundo andino y son motivo de ofensas constantes por parte de las empresas y del Estado, sino ¿cómo entender cuando a través de simples decretos legislativos, se considera a la tierra, el agua, los arboles y los minerales, como simple materia inerte disponible para que cualquiera los explote?
Negar los derechos básicos de participación que los Pueblos Originarios tienen sobre la extracción de riquezas de la Pachamama es negar el meollo del problema, la esencia de lo que somos; es renunciar a ser incluyentes, a un futuro de bienestar y armonía a pesar de las cifras de nuestro crecimiento.
Pero no nos hagamos ilusiones: la actividad extractiva sólo es amigable con aquel que recoge los beneficios económicos. No crea empleos estables ni conocimientos calificados, tampoco entrega bienes sociales significativos a las comunidades donde residen. Su perspectiva es de corto plazo y de ganancias inmediatas. Es impredecible a largo plazo ya que depende de la demanda a futuro de terceros países y por cierto no es fuente de crecimiento viable a largo plazo para ningún país.
Siempre me hago la misma pregunta antes de participar en una conferencia:¿hasta cuándo tendremos los profesionales de las ciencias sociales, que exponer sobre la terrible paradoja del Perú, la cual consiste en que los más pobres y excluidos son aquellos que poseen las tierras más ricas y apetentes para los inversionistas? ¿Hasta cuándo tendremos que exhibir estadísticas que demuestran la correlación perfecta entre el ser indígena y el ser pobre? ¿Hasta cuando finalmente los Pueblos Originarios tendrán que llenar los cuartos del rescate del país en contra de sus propios intereses?
Luego de más de 5 siglos de ser un país minero, ¿acaso no podemos empezar a diversificar nuestra economía o procesar el producto de nuestra propia extracción y así propiciar la creación de empresas locales con valor agregado? ¿No será más bien una condena ser un país depositario de tantas riquezas naturales donde el desarrollo del capital humano ha sido postergado?
La semana próxima seguiremos con esta exposición desde la Universidad de Stanford en California, la cual espero poder compartir con Uds.
A pesar de lo mucho que falta por hacer en conciliar intereses, resulta notoria la forma de participación de los beneficios provenientes de la extracción de los recursos naturales que lograron negociar los Pueblos de este país en sus territorios. No es un desarrollo para unos; sino en beneficio de todos.
La raíz de esta nueva concepción de asumir la explotación de los recursos naturales pasa por el empoderamiento de los Pueblos Originarios de las Américas, lo que significa que ellos participen activamente de una justa y equitativa distribución de las riquezas obtenidas de la extracción de los recursos naturales en sus territorios.
No serán los Ministerios de Inclusión Social-por más que dupliquen su presupuesto- los que lograrán esta difícil tarea con el escaso presupuesto asistencialista que proponen repartir a las comunidades. Se trata aquí de lograr una auténtica participación económica y social de los Pueblos frente al proceso de extracción de sus recursos. Una asociación entre tres socios –Estado, Empresa y Comunidades- con el propósito de armonizar sus intereses y construir una paz social permanente que evite confrontación y muerte, de lo cual somos testigos a diario. Sería una forma eficiente de obtener beneficios directos para todos, sin tener que esperar la redistribución del canon que llega tarde mal y nunca a las comunidades. Y menos a las comunidades indígenas.
Durante la conferencia de Vancouver presentamos el caso de la educación intercultural en el mundo andino, y pudimos constatar que efectivamente existe en general poco interés de los Estados en la promoción de una verdadera interculturalidad. Nuestros mundos poco o nada se comunican ni comparten los diferentes puntos de vista que tienen sobre el progreso y la actividad económica deseada para lograr un bienestar colectivo.
En nada comunicamos –o no entendemos aún- los aspectos espirituales que son parte de nuestro mundo andino y son motivo de ofensas constantes por parte de las empresas y del Estado, sino ¿cómo entender cuando a través de simples decretos legislativos, se considera a la tierra, el agua, los arboles y los minerales, como simple materia inerte disponible para que cualquiera los explote?
Negar los derechos básicos de participación que los Pueblos Originarios tienen sobre la extracción de riquezas de la Pachamama es negar el meollo del problema, la esencia de lo que somos; es renunciar a ser incluyentes, a un futuro de bienestar y armonía a pesar de las cifras de nuestro crecimiento.
Pero no nos hagamos ilusiones: la actividad extractiva sólo es amigable con aquel que recoge los beneficios económicos. No crea empleos estables ni conocimientos calificados, tampoco entrega bienes sociales significativos a las comunidades donde residen. Su perspectiva es de corto plazo y de ganancias inmediatas. Es impredecible a largo plazo ya que depende de la demanda a futuro de terceros países y por cierto no es fuente de crecimiento viable a largo plazo para ningún país.
Siempre me hago la misma pregunta antes de participar en una conferencia:¿hasta cuándo tendremos los profesionales de las ciencias sociales, que exponer sobre la terrible paradoja del Perú, la cual consiste en que los más pobres y excluidos son aquellos que poseen las tierras más ricas y apetentes para los inversionistas? ¿Hasta cuándo tendremos que exhibir estadísticas que demuestran la correlación perfecta entre el ser indígena y el ser pobre? ¿Hasta cuando finalmente los Pueblos Originarios tendrán que llenar los cuartos del rescate del país en contra de sus propios intereses?
Luego de más de 5 siglos de ser un país minero, ¿acaso no podemos empezar a diversificar nuestra economía o procesar el producto de nuestra propia extracción y así propiciar la creación de empresas locales con valor agregado? ¿No será más bien una condena ser un país depositario de tantas riquezas naturales donde el desarrollo del capital humano ha sido postergado?
La semana próxima seguiremos con esta exposición desde la Universidad de Stanford en California, la cual espero poder compartir con Uds.