Se ha desatado en el Perú un juego perverso que consiste en tergiversar la política de su verdadera razón de fondo. Una estrategia que busca descreditar para luego reinar. El objetivo final es limpiar la mesa para el 2016. Hay que decirlo en voz alta: las constantes agresiones de Alan García hacia el expresidente Alejandro Toledo tienen un solo propósito: desacreditar su capital político e impedir que se presente en las próximas elecciones.
Empiezan con la Alcaldía de Lima y luego -si se puede-, se procede a tumbar a todos aquellos que están a favor del No a la revocatoria. Para lograr este propósito atacan en todos los frentes –el mediático y el político– utilizando, por supuesto las piezas del congreso.
Esta figura está basada en la mentira. En construir acusaciones contínuas contra todo aquel que se ponga en su camino. No importa la veracidad de los hechos, lo importante es hacer ruido, algo siempre queda, aunque sea la duda.
Es una estrategia ya muy vieja, ampliamente utilizada en varias etapas de la construcción de la humanidad y no es muy astuta , pero funciona. Le funcionó bien a Fujimori y le funcionó muy bien a los nazis durante la segunda guerra mundial, con la Gestapo a la cabeza.
Para lograr este propósito se necesita también un aparato mediático afin que se encargue de satanizar los personajes apuntalados por medio de titulares e imágenes repetidas en forma subliminal o directa, construyendo para el inconsciente colectivo la imagen distorsionada de un personaje. Allí están los ataques racistas que denostan el origen étnico del personaje a tumbar, quitándole así credibilidad y también, se puede utilizar argumentos antisemitas y xenófobos, resaltando la proveniencia “foránea” del acusado “que no es de nosotros” (es decir no comparte la Cosa Nostra), y consecuentemente cuya presencia en “nuestro” país es indeseable.
La pieza final de esta estrategia es judicalizar las denuncias y mantener vivo el escándalo.
Al final las consecuencias las paga todo el sistema y todos nosotros. La democracia peruana está en un proceso de consolidación. Publicaciones recientes de las Naciones Unidas, nos han alertado sobre el hecho de que en su mayoría la población latinoamericana, no percibe bien los beneficios de la democracia y no identifica claros méritos comparativos frente a las dictaduras.
Este hecho no solo es lamentable para el continente, sino que nos lleva a preguntar lo siguiente: ¿Qué es lo que nos falta para implementar de una vez por todas un sistema democrático valido para todos y viable a largo plazo?.
Las ciencias sociales trabajan hoy en día con mayor énfasis el tema del “delivery”, o sea la entrega de resultados tangibles y medibles de un Estado en crecimiento económico continuo. Existe una real preocupación acerca de una equitativa distribución de la riqueza y su inversión en sectores fundamentales como la salud y la educación pública de calidad.
Esto representa una agenda que nos compete a todos resolver y rápidamente. Pero si la política se está transformando en el arte de la artimaña, la distorsión, la realidad virtual y la traición –a ver quién me da más y donde mejor me acomodo–, entonces, de nada sirven las mejores teorías, los mejores proyectos, los mejores deseos. Todo se resume a un juego de espejos de la política, financiado con recursos millonarios que se parece más a un circo con tintes surrealistas.
Nosotros no somos esto: no hemos construido Perú Posible para este propósito y nos rehusamos, señores del Apra, a jugar su juego tal como ustedes lo han diseñado, en asociación con otros actores políticos que por estar comprometidos temen decirles: NO. ¡BASTA!
Enlodar el honor de las familias, construir en el inconsciente colectivo de la gente una telenovela grotesca llamada “política”, tratar de hacernos parecer como si todos fuéramos como ustedes. No somos su reflejo y jamás lo seremos… ¡de su pan, señores, yo no como!
Todavía tengo sueños y creo que es posible realizar parte de ellos en esta vida. Creo que el Perú es un país con una riqueza única. El juego sucio de la antipolítica hace que nos perdamos en el escándalo, perdiendo un tiempo valioso para potenciar las ventajas competitivas y construir una sociedad más justa y mejor para todos. Las constantes distorsiones introducidas en el debate nacional, crean cortinas de humo y nos alejan de los temas trascendentes, aquellos que no soportan demoras. Esta última es la verdadera tarea de la política para restablecer la gobernabilidad en beneficio de todos.